lacalledelavida

Cine y escritura

A veces vuelves a ser la niña que escribe redacciones sobre el mundo alrededor o la adolescente que fotografía ventanas. Regresan esos seres que fuiste y que están en ti, que te acompañaron por los largos paseos fotográficos que hiciste en el Madrid de pandemia. En esos días que ahora parecen lejanos, todos éramos a veces esos niños que aún no entienden el mundo pero quieren desentrañarlo a base de preguntas para las que no se encuentra respuesta.

A veces siento bajo mis manos la madera de la mesa del comedor donde imaginaba el mundo de las escrituras para el colegio y vuelvo a subir al último piso del edificio de Malasaña donde vivía mi familia para retratar una ventana, la que más me gustaba, a través de la que se veían los tejados de esa Malasaña que tanto recorrí en los tiempos del covid.

Una cámara es, a veces, un artilugio que pone distancia ante lo que está a unos palmos de tí. Un pequeño muro para la emoción, que se vuelca en la luz, en el encuadre, en esa mirada propia que cada uno transmitimos a través de nuestras fotos. El teclado de un ordenador, antes un bolígrafo, te acercan y te alejan de eso que llevas dentro y necesitas volcar a través de palabras y frases.

A veces todo confluye y la niña que fuiste y la mujer que eres caminan de la mano por las calles de un Madrid vacío apoyándose una en la otra para seguir el camino y retratar la ciudad como nunca la habías conocido.

Alguna vez todo se mezcla, las ventanas de la infancia, el caminar de la pandemia, la escritura sobre la madera de las diferentes mesas que han sostenido las líneas de tu imaginación. Y todo concluye en un libro que late entre tus manos cada vez que lo sostienes, porque allí, lo sabes, está retratado el aprendizaje del camino andado, el aprendizaje que aún queda, porque ahí está la vida del Madrid que fui y también quien fuiste tú mucho antes de la pandemia.

Nota final: Hoy caminaré por el Retiro camino del stand de la Librería Ocho y Medio donde firmaré Distancia social, que es para mí mas que un libro.

Cuando ya no sea yo. Todo un título.

Hace unos días volví a ver la mirada de mi madre viendo a Carme Elías. Esa mirada maravillosa, llena de sentimiento, evocadora, cuando al final del programa La matemática del espejo, Carlos del Amor deja a Carme escuchar Itaca de Lluís Llach. Esa mirada, que se emociona con la música y que me hizo volver atrás en el tiempo a lo largo de toda la entrevista.

Al, un diminutivo para referirse a la enfermedad de Alzheimer, está con Carme, que ahora «que se da cuenta de que se da cuenta», ha decidido hacer pública su enfermedad, ayudar a que se conozca. Valiente, consciente, se coloca delante de la cámara para explicar su encuentro con Al, cómo empezó todo, cómo se siente, para insistir en que cuando ya ella no sea ella ni conozca a los suyos, quiere una muerte digna.

Quien no sepa de qué va el Alzheimer, que se asome a esta entrevista o al libro de Carme, aprenderá cómo se siente una persona cuando sabe que su amigo Al está ahí, a su lado. Gracias, Carme, porque visibilizar es ayudar a comprender.

Hoy es uno de esos «días de…», el día de la madre. Hoy recuerdo este programa con el que volví a recordar cómo agarré la mano a mi madre, como cuidadora, a partir de un diagnóstico de Alzheimer. Pasado el tiempo se que este trayecto, muy duro, marcó para bien mi forma de estar en el mundo. Quizás pocas cuestiones pueden transformarte tanto como acompañar a una persona querida en su trayecto con Al.

Regreso a los cuadernos de aquellos años y extraigo unas notas dedicadas a mi madre, cuando ya la enfermedad había avanzado. Hoy las dedico a las madres y a todos los que han vivido o viven con Al. A Carme.

Cambia tu mirada

Un día eres tú y otro una niña, tu madre, alguien que no conozco.

Como el viento, tu mirada

vuela de un sentimiento a otro,

de una vida a otra.

No eres tú, a ratos eres una nube que viaja,

la sombra de un recuerdo,

la nostalgia de algunas canciones

el sentir fulgurante que cae de golpe en el olvido.

Eres tú, a ratos.

Y caminas. Y besas. Y sientes. Y a veces te ríes con la risa de siempre.

Y te siguen gustando los pasteles de nata.

Cualquiera que hace cine sabe lo difícil que es conseguir transmitir una mirada propia al narrar una historia. Y no solo los cineastas, cualquier creador.

Y hay miradas y miradas. Algunas vuelan sobre la tierra que pisan el resto de los cineastas, se alzan y atrapan nuestra emoción al relatar cualquiera de sus historias.

¿Por qué te vas?

Esta tarde cuando me ha llegado el primer mensaje con la noticia ha venido a mi cabeza esa canción, con ese ritmo repetitivo que parece elevarse poco a poco, y la ha atrapado durante un buen rato. En el recuerdo, la mirada de la niña interpretada por Ana Torrent mientras la canción avanza. Una canción de estas que se pegan a la piel y te persiguen, te gusten o no. Como el ritmo de bachata que acompaña algunas secuencias de su último documental.

«Cría cuervos» y «Las paredes hablan», dos ejemplos de una filmografía espectacular. Que cantidad de historias nos ha regalado su mirada. Imágenes especiales, secuencias que quedan en el imaginario de todos, que nos regala uno de esos pocos creadores que se elevan y nos dejan su trabajo entre la mirada y la piel. Creadores que crean metáforas que marcan una época. Que juegan con distintos estilos musicales y nos trasladan su esencia. Que arriesgan y afrontando ese riesgo nos regalan obras maestras. Que, más allá del cine, hacen fotografías como el mejor fotógrafo. Que pintan y escriben, porque el tiempo es creación y cambio. Creadores totales.

Somos afortunados conociendo y disfrutando de tantas creaciones de Carlos Saura.

Maestro, gracias.

Mientras escribo esta última línea, en el ordenador resuenan las últimas estrofas de la canción ¿Por qué te vas?

Nieva dentro de la casa.

O quizás fuera

Blanca la pared.

Blancos los tejados.

Blancas mis manos escribiendo estas líneas en el ordenador.

A lo mejor nieva en otro tiempo.

En la infancia.

Los zapatos Gorila pisando calles blancas de Malasaña.

Fiesta. Batallas de nieve. 

El tacto del hielo a través de los guantes.

La extraña sensación de copos derritiéndose en tu cara, o en la cara de otros.

Persecuciones y caídas de comedia en las estrechas aceras.

El tejado blanco a través del cristal del comedor.

La sombra de los vecinos al otro lado del patio.

mientras un chocolate caliente borra el frío.

En la televisión, el hombre del tiempo.

El temporal seguirá barriendo la península.

(Un temporal sin nombre.

Cómo puede una borrasca llamarse Filomena?)

Deberes con nieve de fondo

Correrías en la nieve,

en un pasar lento del tiempo.

Los minutos eran horas bajo las nieves de aquel tiempo.

Blanca la ventana.

Blancas las certezas.

Hoy la nieve es otra.

Pero la niña sigue mirando

caer los copos al otro lado del cristal.

Naranja, rojo y azul. Una pizca de cielo se cuela por la ventana y llena de color la mesa desde donde escribo. La belleza.

Hace un año, tal día como hoy, preparaba un viaje. El desierto y algunos lugares que siempre había querido visitar me esperaban. El viaje, cualquier viaje, tiene objetivos -declarados o no-, implica relaciones y conocimiento -de tantas cuestiones-. El viaje interior acompaña al movimiento exterior y, en momentos de cambio, nada mejor que un viaje, desde mi punto de vista, para atisbar el camino en una encrucijada.

El destino de aquel viaje era principalmente el desierto de Wadi Rum. Hace tiempo, en Egipto, una travesía del desierto, había dejado en mí una notable huella. Quería regresar al desierto. A otro desierto.

Wadi Rum es un desierto con masas de piedras moldeadas por el paso de cientos de años. No hay solamente dunas extendiéndose en un inmenso horizonte. Las rocas aparecen aquí y allá, segmentando el paisaje..

Grabar -uno de los propósitos del viaje- ese desierto desde un cuatro por cuatro en movimiento no era fácil. Saltos constantes, viento, sol. Hice lo que pude. No era realmente lo importante. Porque el paisaje te sacude. Las preguntas esenciales se colocan por delante de cualquier otra cuestión, que se convierte en menor.

En aquel desierto – en cualquier desierto- un ser humano es insignificante. Allí, somos lo que somos. Una mota de vida pasajera en mitad de la arena y la piedra. Vengas de donde vengas y seas quien seas.

Nada. Frente a aquella inmensidad, no eres nada.

Pero aquellas rocas, el sol, la arena, el momento de luz, el sonido del viento, todos los elementos que componen la naturaleza de ese desierto, se introducen en nuestra mirada. Participamos del «todo» que es ese paisaje en un momento determinado.

En nuestra insignificancia, somos TODO lo que captamos, lo que somos capaces de sentir y pensar.

Allí en Wadi Rum, me pareció que quizás durante el breve tiempo que vivimos somos TODO.

Una pizca de universo.

Dos meses después del regreso se decretó el primer estado de alarma y empezó la travesía de otro desierto distinto.

A vivir profundamente ese «todo», amigos, que el tiempo, nuestro tiempo, pasa.

Feliz año. Feliz vida a todos.

El azul se mueve hacia mi.

Como la erupción de un volcán. O avanzando suavemente hasta alcanzar los dedos de mis pies.

Nada es eterno, salvo ese azul, gris, verde que avanza y detiene el tiempo.

Vuelvo a ser una niña que juega a contar olas y a saltar para evitarlas. El mar me parece un río muy grande y mis padres ríen la ocurrencia. Mi padre avanza hacia mi nadando. Mi madre lee en la orilla y una ola llega hasta sus pies. Sonríe al mar.

La niña deja paso a una joven que nada en mares abiertos, en calas recónditas, con amigos, sola, con pareja que cambia de rostro al ritmo de las olas.

Leo. Una ola me salpica. Miro alrededor y veo una niña saltando olas en la orilla. Un hombre nada cerca, vigilante. Fuera del agua, dentro, parejas que van y vienen al ritmo del tiempo y de las olas.

El tiempo, ¿existe?

En el azul, se detiene. Eres niña-joven-mujer.

Y llega una ola, y sientes el color del mar en todo el cuerpo.  Y tus piernas y tus brazos se mueven, ligeras.

Flotas, a salvo. Nada existe, pero todo fluye. El azul detiene el tiempo. La tarde es infinita. Nadas y el mundo se pierde en el corazón de una ola.

(Escrito en Málaga, en agosto de 2020).

«Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi»/ » Si queremos que todo siga como está es necesario que todo cambie». Toda una frase, extraída de la novela El Gatopardo de Giuseppe Tomasi de Lampedusa. Se puede rescatar su cinismo y aplicarlo a cualquier época.

Múltiples mensajes de felicitación con motivo del Día del Libro llegan al móvil. Aunque creo en la lectura siempre, no en celebraciones puntuales, hoy desde el confinamiento, con cada mensaje, no puedo evitar recordar algunos títulos de obras literarias llevadas al cine.

IMG_5607

Vuelvo a ver a Burt Lancaster interpretando al príncipe siciliano Fabrizio di Salina, en El Gatopardo, una de las composiciones destacadas de su carrera. Bien vale una revisión esta película dirigida por Luchino Visconti que se desarrolla en 1860 y relata un mundo en declive, el de la nobleza, y muestra el nacimiento de un nuevo orden dominado por la burguesía. En época de cambios, una obra adecuada para la reflexión. Y continuando con Visconti, también un mundo también se acaba en Muerte en Venecia. El cólera se propaga (otra epidemia) y la noticia se esconde a los turistas que veranean en un hotel de Venecia. La decadencia de un escritor y su deseo hacia un joven. La decadencia de una época, retratada en el lugar adecuado. Una de las pocas películas que me gusta aún más que la obra literaria en que se basa.

IMG_5612

Recorro el escalofrío de la historia de A sangre fría. Canturreo Moonriver, rememorando a Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes -ambas, tan distintas, basadas en obras de Truman Capote-. Sigo paseando por Nueva York de la mano de Paul Auster recordando Smoke (en este caso el guion de un escritor, no adaptación literaria). Veo un momento las noticias y viene a mi la quema de libros de Farenheit 451 (François Truffaut basándose en Ray Bradbury) y Rutger Hauer, bordando su papel de replicante en Blade Runner (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, fascinante el título de Philip K. Dick y también, claro, la película de Ridley Scott. Hoy quisiera la defensa a ultranza de inocentes de Atticus Finch (Gregory Peck) en Matar a un ruiseñor dirigida por Robert Mulligan a partir de la novela de Harper Lee (una escritora que merecería también quizás una película sobre su vida). Y alejarme de las «Cumbres borrascosas» (Qué gran versión de la novela de Daphne du Morier la realizada por William Wyler, exhibida hace poco en Filmoteca Española). Y no quiero volver a Manderley, pero si ver de vez en cuando «Rebeca». Y dejar pasar «Las horas» (dirigida por Stephen Daldry basada en una novela de Michael Cunningham) viendo adaptaciones cinematográficas.

En España, tantas. Pero rescato dos que retratan nuestro país en otros tiempos. En épocas de cambio, conviene recordar.

IMG_5597

Una mujer asfixiada por la represión. Una época. Una de las novelas más conocidas de Unamuno. Aurora Bautista da vida a un personaje (Gertrudis, la tía Tula) que retrata comportamientos sociales de hace relativamente poco tiempo. Miguel Picazo dirigió con maestría La tía Tula. Una adaptación destacable que, además, me apetece volver a ver porque una parte de la película se rodó en Brihuega (Guadalajara), donde nació mi madre, y creo recordar que retrata los jardines de su fabulosa fábrica de paños. Lo comprobaré. Hay otra adaptación que me viene inmediatamente a la cabeza, Los santos inocentes un retrato brutal de las clases sociales en una época de nuestro país. Un retrato que duele. No lo he visto en mucho tiempo por el desgarro que me produce la película en general, pero especialmente el personaje de interpreta Paco Rabal.

Del libro al cine. Tantos libros llevados al cine. Tantas historias entre el libro y la pantalla. Hoy y siempre, llevándonos a otros mundos.

Y las que vendrán. Algunas nos intrigan.

IMG_5613

Y para que todo cambie de verdad, libros y cine. Cultura y educación.

IMG_5321

Una nube a través de la ventana. La luz rojiza de ciertos atardeceres. Mi gata durmiendo agarrada a una manta. El olor de una naranja. La máquina de escribir sin una tecla de mi padre. El color tostado de la madera. La fotografía de una celebración familiar. La suavidad de una almohada. Tom Sawyer y la niñez asomándose a mi mesa de trabajo.
IMG_4010

Los libros, amigos, compañeros. Los planos que me interrogan en el montaje que me ocupa estos días. La música recorriendo los recovecos de la tarde. Bailar descalza por el pasillo. Las caracolas que recuerdan mares y veranos. Una orquídea brillando entre los cacharros de la cocina. El silencio. Las películas por ver. Los vecinos conociéndose de balcón a balcón en el aplauso repetido de las ocho.

IMG_5244

Lo que nos rodea. La belleza. Instantes. Objetos. Momentos. Están muy cerca, apreciarlos es cuestión de fijar la mirada.

IMG_4716

La música de la tarde ha traído su voz. Todo el mundo le recuerda hoy en redes.

Algunas de sus canciones han sido música de fondo de la vida de mucha gente.

Escuchando sus canciones, he parado en la letra de una de ellas:

«Míralos como reptiles,
Al acecho de la presa,
Negociando en cada mesa
Maquillajes de ocasión;
Siguen todos los railes
Que conduzcan a la cumbre
Locos, porque nos deslumbre
Su parásita ambición.
Antes iban de profetas
Y ahora el éxito es su meta;
Mercaderes, traficantes,
Más que nausea dan tristeza,
No rozaron ni un instante
LA BELLEZA.»

Una carrera hacia un éxito que es nada lleva mucha gente fuera de la belleza, que está al lado, al alcance de la mano.
«Reivindico el espejismo
De intentar ser uno mismo,
Ese viaje hacia la nada
Que consiste en la certeza
De encontrar en tu mirada
La belleza.» Luis Eduardo Aute

Y con este párrafo de «La belleza», ante el que sobra cualquier comentario, vuelvo a la creación, la belleza de la edición de una película, en este caso, un documental.

Buen viaje, maestro.

P.D Para los interesados en la figura de Aute, muy recomendable el documental AuteRetrato de Gaizka Urresti.

La satisfacción del trabajo. El esfuerzo, la entrega, el compromiso en cualquier tarea. Vivir a fondo cualquier actividad. Y retirarse de forma discreta ante un buen resultado.

Medina destila cine cada año por estas fechas. 33 años de promoción del cortometraje y de los nuevos valores del cine. Ahí es nada.

F389E7CE-3E73-44D4-A4CC-5BCA73FEDBD9

He conocido la Semana de Cine de Medina Medina participando como directora y productora y también como responsable del departamento de Cine de la Comunidad de Madrid. Muchos años, y en este camino de creación y de gestión, muchas historias (de cortos y de vida) nos han unido con este estupendo festival que dirige Emiliano Allende desde la entrega y el compromiso.

Quien esté interesado en el mundo del cortometraje, tiene una cita obligada con Medina y con todas las actividades que propone cada año. En esta ocasión, del 6 al 14 de marzo.

Recibir un premio en Medina es siempre una gran noticia. Este año la Semana de Cine entregará el premio Campo de Azur al periodista y crítico Javier Tolentino, por su labor de tantos años de promoción del cine. Será un honor recibir, en la misma edición, también este premio, «reservado a quienes han declarado su amor, fidelidad y pasión hacia este festival». Recogeremos este reconocimiento en representación de todo el equipo de la recientemente desaparecida Asesoría de Cine de la Comunidad de Madrid, que colaboró con Medina y con tantos festivales en la labor de difusión de la cinematografía.

C9617953-6C15-49EE-B2FA-065AF5881055

Los premios que hemos recibido en los últimos meses, otorgados por el trabajo realizado desde la gestión pública, concretamente en Aguilar de Campoo, Cortogenia y ahora Medina, guardarán siempre un lugar muy especial en nuestra historia profesional. Es difícil obtener premio por cualquier película, pero aún más complicado obtenerlo por el ejercicio de la gestión pública. Muy orgullosa. Y muy feliz de una etapa tan intensa. Es la satisfacción del trabajo, de la entrega y el compromiso, de la vivencia inmensa y a fondo de estos años.

Muchas gracias, Medina, por tanto esfuerzo y compromiso. Y toda la suerte a esta Semana de Cine tan valorada por el sector del cortometraje.

¡Nos vemos en Medina del Campo!

663E1C79-DFEF-4912-B7C0-0E7F02F60272

Ayer tuve un encuentro con el talento. Fue en el palacio Bauer, un edificio construido en el siglo XVIII en la calle de San Bernardo de Madrid que merecería ser más conocido y que a partir de los años 70 se convirtió en sede de la Escuela Superior de Canto.

Bronces, mármoles, hornacinas de cerámica vidriada y pinturas murales decoran un salón de actos que fue anteriormente salón de baile. Allí, un grupo de alumnos de la Escuela realizaban una audición con público.

7828F026-6E38-4225-957A-B5FFB701C0E6

Canciones de Rossini, Tchaikovsky, Mendelssohn, Brahms, Chapí o Sorozábal fueron interpretándose a lo largo de la sesión. Cada uno de los alumnos salía al escenario iluminado por una luz discreta y, acompañado de un pianista, cantaba su tema. Cada uno de ellos realizaba la salida de un modo diferente (más rápido o menos, haciendo un recorrido más amplio o menos, con gesto serio o más relajado, con movimientos de manos y brazos diferentes…). La voz rompía el silencio de forma distinta en cada caso (por ritmo, tono de voz, por una pausa inicial mayor o menor). La forma de estar en el escenario difería. ¡Qué difícil estar de pie en un escenario con las miradas del público clavadas!. Cada uno transmitía la canción de forma distinta a través de sus gestos. Los mas avezados tenían en las manos una segunda vía de comunicación de las emociones de la canción.

¿Cuántas veces tiene que salir un cantante a un escenario hasta que lo hace suyo y deja flotar su voz por encima de sus miedos?. ¿Cuántas veces tiene que someterse al escrutinio de profesores, mentores, amigos?

Aquellos cantantes tenían un talento indudable. Cada uno con su estilo. Pero todos ellos necesitaban audiciones, pruebas, formación, mentores para mejorar y desarrollar ese talento en plenitud.

Invertir tiempo y recursos en el talento en cualquiera de las facetas de la cultura es una obligación de presente y de futuro de cualquier sociedad que quiera considerarse avanzada.

Las voces de aquellos cantantes me llevaron a los planos de los primeros trabajos de cualquier director, de cualquier técnico. A las líneas de cualquier guion de alguien que empieza. Hay que escribir mucho para conseguir un guion digno. Hay que grabar mucho para conseguir que los planos respiren verdad.

El cortometraje, género en sí mismo, también es una «audición», un campo de pruebas para todos los miembros de cualquier equipo, empezando por el director o directora. La inversión pública no es elevada en relación a otras ayudas y, sin embargo, se está potenciando el talento futuro, necesario para el cine y el audiovisual.

Hay muchas acciones necesarias, pero apoyar y dar medios para que se desarrollen los nuevos talentos del cine, la música, el teatro, la literatura o cualquiera de las artes es una de las medidas más importantes que, desde mi punto de vista, tiene que llevar a cabo cualquier responsable público. Porque es apoyar el futuro de la cultura, el futuro del país.

CF60A3B4-664A-40FC-99B6-57BDDCDFF30B

¡Enhorabuena a todos los participantes en la audición realizada por la Escuela Superior de Canto el pasado 14 de febrero! A Jonatan De Dios, María Gutiérrez, Bartomeu Guiscafré, Tania Menéndez, Eduardo Pérez, Héctor Gutiérrez y Juan Francisco Toboso.